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El Apocalípsis

He aquí una Apocalipsis. Recordemos que antes de producir catástrofes, esta palabra, en griego, significa sencillamente “revelación”. Los títulos son los que aquí revelan algo: las pinturas, de su lado, se conforman con el ánimo por saquear, el gusto por lo maravilloso, el amor a los colores que nos caracterizan.

Una Apocalipsis se ha de redactar en la forma literaria de la profecía, del pronóstico, o más bien, cómo lo escribía Rabelais, de la “prognosticación”. Forma popular y mediática de espantarse del mundo que nos rodea, tanto cómo de burlarse de él. He aquí que el futuro de los verbos no indica una realidad destinada a ocurrir, sino una actualidad tangible. Nutre, agudiza y arrulla el desamparo del lector.

De la tapicería del Apocalipsis de Angers, se mantuvieron aquí, arcaísmos por añadidura, el gusto por el índigo aliado con contados colores, él de las formulaciones herméticas y los símbolos, y la figuración de marcos distendidos por el peso de los siglos.

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